Por Francisco Martín Moreno
Si la historia de México ha sido, por lo general, dolosamente manipulada y alterada, la vida de una mujer ilustre, ínclita y perínclita, como sin duda lo fue, doña Josefa Ortiz de Domínguez, no podía escapar al sabotaje de su ejemplar figura.
En la escuela nos enseñaron, de la misma manera en que fueron instruidos nuestros maestros, igualmente engañados, que el papel histórico desempeñado por doña Josefa había quedado reducido al hecho de informarle a Allende, cuando éste ya se encontraba en Dolores, Guanajuato, en la parroquia de Miguel Hidalgo, que el movimiento de independencia ya había sido descubierto y que, por lo mismo, era urgente detonarlo de inmediato, antes de que las fuerzas realistas sorprendieran y atraparan a los insurgentes involucrados. No olvidemos que el estallido de la guerra de independencia había sido fijado para la primera semana de octubre de 1810, por lo que tendrían que adelantarse, por lo menos, veinte días los acontecimientos.
Se dice, y se dice sin ajustarse nuevamente a la verdad, que Miguel Domínguez, el Corregidor, estaba lógicamente del lado de las fuerzas realistas, como representante del virrey en Querétaro y que, por lo mismo, se oponía a la independencia de México y en consecuencia, a las ideas de su esposa y de quienes estructuraban audaz y talentosamente, la estrategia insurgente. Nada más alejado de la realidad: Miguel Domínguez, operaba de manera encubierta, también a favor de la libertad y del rompimiento de las cadenas que nos unían con España. Marido y mujer, doña Josefa y don Miguel, no eran adversarios políticos, si bien, doña Josefa estaba dispuesta a alcanzar sus metas con arreglo a la violencia, su marido proponía una solución más tersa y pacífica en la que los acontecimientos se dieran de manera pacífica y civilizada. Doña Josefa no podía discrepar más de esta actitud, pues sabía que los españoles, los capataces de la Nueva España, jamás abrirían la mano voluntariamente y que habría que habría que fracturárselas y rompérselas con la culata de los mosquetes para que entregaran finalmente lo que era propiedad del pueblo de México. Lo destacable era que ambos deseaban la independencia por diferentes medios pero finalmente la deseaban.
Aquella noche del 15 de Septiembre de 1810, cuando Josefa mandó a un mensajero para avisarle a Allende del peligro que corrían y de la importancia de detonar el movimiento armado, doña Josefa lo hizo desde su habitación, encerrada en con todas las llaves posibles, para que no fuera a cometer, según su marido, una tontería, puesto que el corregidor ya había empezado a arrestar a los cómplices. Era claro que Josefa Ortiz de Domínguez nunca comprendería que el corregidor no tenía otra alternativa, más que aprehender a los cabecillas, para después concederles su libertad, de modo que él mismo conservara su cargo y no estuviera involucrado en una actividad delictuosa, que no solamente le costaría el puesto, sino tal vez la vida misma. Don Miguel tenía que actuar con una gran discreción y talento, para cuidar a su mujer, su posición política, su vida y no permitir que el movimiento abortara, antes de haberse consolidado.
Si bien es cierto que el papel de la corregidora ha sido parcialmente reconocido por la historia, su protagonismo no se redujo únicamente a avisarle a Allende aquella noche del 15 de Septiembre de 1810, sino que su amor por el México nuevo terminó con su vida hasta 1829, diez y nueve años en que se desconoce su involucramiento en diversos episodios que siguieron a la independencia y que, por supuesto, deben ser acreditados en estas páginas. ¿Por qué no se ha difundido el hecho de que la corregidora, tuvo nada menos que trece hijos con don Miguel Domínguez, además de otra más, María Magdalena, cuyo padre fue nada menos que Ignacio Allende, el verdadero iniciador de la independencia de México, como ya ha quedado consignado en estos mismos espacios? ¿No tienen vida amorosa los líderes de la historia patria? ¿Son héroes de mármol blanco intocables e inalcanzables sin debilidades y fragilidades humanas?
Debe subrayarse que cuando doña Josefa supo del fusilamiento de Allende y de Hidalgo a mediados de 1811 en Chihuahua, no por esa razón dejó de intervenir ni de promover ni de involucrarse en el movimiento que finalmente habría de traducirse en la conquista de la libertad de la Nueva España. No qué va, de los años de 1810 a 1829, estuvo, con sus debidos espacios e intervalos, seis años encerrada en conventos, privada de la libertad, por haber atentado en contra de la corona, del virreinato y de la Metrópoli, los intereses españoles.
Las autoridades políticas de la Nueva España no entendían cómo era posible que don Miguel Domínguez no pudiera controlar a su mujer, quien a pesar de estar embarazada, desafiaba, una y otra vez a la autoridad reuniéndose en secreto con rebeldes, con conjurados, sublevados, amotinados e insubordinados, muy a pesar de saber a ciencia cierta que sería encarcelada dejando a sus hijos sin la posibilidad de ser atendidos por su madre, tal y como aconteció en diversas ocasiones. No resulta fácilmente explicable el hecho de que una mujer, tan involucrada en la libertad y en la política, jamás se hubiera detenido en su protagonismo, con tan sólo pensar en sus hijos, en su marido y en su familia.
Después del fusilamiento, de la excomunión, de la degradación y de la decapitación de Hidalgo, la corregidora apoyó a López Rayón, el heredero de Hidalgo, y también a José María Morelos y Pavón, ex alumno del Colegio Nicolaíta, en Valladolid, cuando el cura Hidalgo era el rector en aquella famosa escuela.
Acaso el amable lector que pase la mirada por estas líneas, se atreverá a pensar que después del fusilamiento de Allende y de Hidalgo, y después del de Morelos ya en 1815, doña Josefa abandonó toda esperanza de continuar luchando por la independencia? ¡Por supuesto que no! Doña Josefa apoyó posteriormente a Guerrero, quien luchaba, desde el sur de México, por la independencia, ya muy menguado el movimiento de resistencia y prácticamente destruido. Pues hasta allá iría doña Josefa para no dejarse vencer: ¡Jamás se dejaría vencer! ¿Por qué entonces sus huellas se pierden después de 1810 cuando continuó muchos años más en una incansable labor política?
Cuando la iglesia católica invitó a Iturbide para que consumara la independencia hasta 1821, nuestra heroína se resistió definitivamente al surgimiento del primer Imperio Mexicano. Ella alegaba, con toda razón, que, si bien es cierto, se había suscrito ya un Acta de Independencia en septiembre de 1821 y México ya era independiente, también era cierto que, no por el hecho de haber logrado convertirnos en una nación soberana, por esa razón había acabado la explotación de los indígenas, de los mestizos y de los mulatos.
Antes la explotación estaba a cargo de los españoles y en el México independiente, una vez expulsados éstos, el poder recayó en los criollos, quienes, de ninguna manera, estaban dispuestos a cambiar el estado de cosas, ni terminar con la esclavitud, ni acabar con las haciendas y sus odiosas explotaciones, ni extinguir los privilegios legales, ni permitir, ni mucho menos, que todas las personas fueran iguales en los términos de la ley. La desigualdad y la corrupción continuaban. ¿Entonces para qué la independencia? Sólo se había cambiado de nombres de los dueños del país pero todo continuaba idéntico?
Se había logrado la independencia, sí, pero no se había logrado lo más importante para doña Josefa: rescatar de la miseria, del analfabetismo y de la ignorancia, al noventa y ocho por ciento de la población, objetivo que desde luego no compartían los nuevos criollos, más aún en el caso de Iturbide, un déspota que miraba para abajo a los indígenas y en el fondo los despreciaba. No era español, era criollo pero se comportaba, junto con su gabinete y su corte, mucho peor que los propios virreyes.
Cuando Ana María Huarte le pidió a doña Josefa que se convirtiera en dama de su corte, de la primera emperatriz de México, doña Josefa repuso que "prefería ser reina de su casa, antes de ser sirvienta de la Corte", con lo cual tanto Iturbide como su mujer, entendieron y confirmaron la belicosidad de esta mujer. Es conveniente subrayar cómo doña Josefa insistió en el derrocamiento de Iturbide, conjurando en su casa, a pesar de las advertencias de no hacerlo y corriendo nuevamente los peligros del encarcelamiento, el cual no tardaría en producirse, como sin duda se produjo.
Cuando finalmente fue derrocado Iturbide, y se exilió a Italia, al saber de sus intenciones de volver a México, doña Josefa participó de manera activa en la redacción de un decreto, por medio del cual se autorizaba a cualquier persona a pasar por las armas a Agustín de Iturbide. El congreso mexicano daba así una autorización para matar a Iturbide donde se encontrara y sin trámites previos de ninguna naturaleza. Es claro que, cuando llegó a Tampico, Iturbide fue arrestado y fusilado en Padilla, en 1824.
Imposible olvidar cuando el primer Presidente de México independiente, Guadalupe Victoria, visitó a Josefa y a su marido, quien había gastado buena parte de su fortuna, de su prestigio, de sus conocimientos como abogado, para tratar de rescatar una y otra vez a su mujer de la cárcel, objetivo que logró en todas las ocasiones sin ninguna excepción. Cuenta la historia, que doña Josefa Ortiz de Domínguez, corrió de su casa al propio Guadalupe Victoria, porque era imposible ponerse de acuerdo con él. ¿Quién puede imaginarse a una mujer que larga de su casa al nuevo Jefe del Estado Mexicano llamándolo hipócrita por no encontrar congruencia en sus planteamientos?
Así nos acercamos con este personaje crítico de la historia, hasta 1929, cuando supo de los planes de Vicente Guerrero para asestar un golpe de Estado en contra de Gómez Pedraza y hacerse del poder. Esta decisión tampoco la aprobó doña Josefa cuando ya era muy tarde, puesto que ella falleció en marzo de 1829, rodeada sólo de algunos de sus hijos, puesto que había descubierto que el mayor había formado parte del ejército realista y que además, había colaborado en el imperio de Iturbide. Ella no permitiría tener a su lado a un hijo traidor, que había trabajado al lado del tirano. Murió sin permitirle pisar su casa ni despedirse de su madre.
2 comentarios:
Muy buena tu entrada. Sinceramente yo si creo en lo que escribiste. Pero no estaría de más que escribieras algunas fuentes. Conozco a alguien que quizás se fusiló tu historia y se creía ser muy sabio.
Anónimo, no, no yuí yo quien escribió esta biografía de Josefa Ortíz, de hecho al comnienzo de la misma pongo el nombre del autor: "Francisco Martín Moreno".
Creéme que siempre trato de dar las fuentes de mis entradas cuando no son de mi autoría.
Saludos y me alegra saber que te haya gustado, a mi también me gustó por eso la subí.
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