Por Otto Schobe A. María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio, conocida como “La Güera” Rodríguez, le salvó su lengua venenosa y bien informada cuando se defendió en la sede de la Santa Inquisición el 22 de marzo de 1811, acusada de herejía por haber “mantenido trato con el cura renegado, apóstata y excomulgado de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, en voz del inquisidor Juan Sáenz de Mañozca, quien agregó su conocida y amoral inclinación al adulterio, a la mancebía y a la bigamia”.
“La Güera” Rodríguez le cuestionó que cómo le hablaba de moralidad, si él tenía relaciones de sodomía con un efebo de no más de 16 años, novicio en el convento de San Francisco, según lo afirma Adolfo Arrioja Vizcaíno en su obra El Águila en la Alcoba. Lógicamente le levantaron los cargos de herejía porque no se “pudieron probar”.
Para Arrioja Vizcaíno, “La Güera” fue la primera mujer que ejerció el poder en México, a través de Iturbide, sin haber sido electa. Fue el enlace entre Iturbide, el virrey Apodaca y unos emisarios secretos que llegaron de España para negociar la Independencia de México.
Tuvo acceso a documentos confidenciales de la época y actuó como consejera política de Iturbide, tenía mucha experiencia en los juegos de poder que adquirió en la Corte de los virreyes. Según la terminología de la época, era una “mujer notoria”.
Pero de todas las amantes de Iturbide fue la única que realmente influyó políticamente sobre él. Fue temida y condenada, al igual que su hija, quien tuvo una relación erótica con Guadalupe Victoria, el primer presidente de México. En ese entonces, la opción de las mujeres era la casa o el convento. No solían andar inmiscuidas en la vida social y mucho menos en la política.
La condena pública de “La Güera” hizo que luego de su muerte sus descendientes destruyeran mucha de la documentación que ella guardaba. Los escándalos amorosos son ciertos, pero “La Güera” tuvo la inteligencia de usar su capacidad de seducción para intervenir en la vida política del país.
Uno de los documentos importantes que tuvo en sus manos, fue la carta que el rey de España, Fernando VII, envió al virrey Apodaca en 1820, donde le propone conseguir a un caudillo con fuerza y popularidad en el ejército para que hiciera tratos con los insurgentes.
El virrey le da la carta a “La Güera” para que se la muestre a Iturbide. Luego éste se la regresa a “La Güera”, seguramente para deshacerse de un documento tan comprometedor.
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