Por Sara Lovera
MÉXICO, D.F., 4 de marzo (apro).- Es terrible que se confunda el 8 de marzo con un día de consumo y felicitaciones banales. Que se repartan flores y se hagan celebraciones.
A cien años de que se instituyó en Copenhague, Dinamarca, como Día Internacional de la Mujer Trabajadora, es lamentable mirar las cuentas del horror y del atraso.
Mientras se realiza una multitud confusa de actividades en torno de la “celebración”, en Tlaxcala se hacen preparativos para incluir en la Constitución local mecanismos que criminalizan el aborto y que llevará a las mujeres que escenifican una interrupción espontánea a ser acusadas de homicidio.
Adicionalmente todo se me revela cuando leo que el fin de semana anterior al 8 de marzo llegó, como quemando la ropa e hiriendo el alma, la noticia de que dos jóvenes mujeres aparecieron decapitadas, con las manos amputadas, desnudas, tiradas en las márgenes del río Mexcalpa, en el municipio de Huimanguillo, Tabasco, a unos 600 kilómetros de la capital del país.
Y que la cuenta de las asesinadas en Ciudad Juárez crece inopinadamente. Que el miedo y el horror cunden en casas y entre familias en Reynosa, Tamaulipas, en la zona fronteriza, como resultado de la guerra contra el narcotráfico, que en 2010 lleva más de 256 bajas.
En 1910, en agosto, se habían reunido las mujeres llamadas por Clara Zetkin, desde Chicago a Copenhague, para discutir sus derechos laborales y políticos con el objeto central de organizarse mundialmente ante el embate de la exclusión y la discriminación.
Y fue en ese escenario teñido de la amenaza de la primera Guerra Mundial, cuando se pensó en realizar cada año una jornada de estudio y reflexión sobre la condición de las mujeres, agenda a la que se agregó inmediatamente la lucha por la paz, esa tan añorada, lejana al enfrentamiento cotidiano por el poder casi siempre entre hombres.
Ahora sabemos que han pasado muchas décadas de lucha, muchos años de demandas y de cambios en la sociedad y en los estados, pero que ello no ha transformado sustancialmente la condición de dominación para la mayoría de las habitantes del mundo.
A las noticias del horror, en esta semana de “encuentros celebratorios” se sumó el informe de la Comunidad Europea que plantea que los programas contra la pobreza emprendidos por los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón han resultado ineficaces, por lo que México se reafirma como uno de los países con la peor distribución de riqueza en el mundo.
El informe --un memorándum de cinco páginas--, divulgado por el portal de Proceso, informa que a pesar de que el gasto gubernamental en programas sociales destinados a aliviar la franja de población en extrema pobreza casi se ha duplicado en los últimos 20 años, el gasto significa un modesto porcentaje de 1.3% del Producto Interno Bruto, comparado con el 16% que representa todo el gasto en el sector social.
No es difícil advertir que en la extrema pobreza se hallan mucho más mujeres que hombres, que está devastado el campo, que la migración deja a miles y miles de mujeres el encargo de atender plantaciones, cosechas y la economía de sus pueblos y comunidades.
La falta de oportunidades de empleo en general evidencia que aquellos deseos de reivindicar a las trabajadoras y organizarlas mundialmente en un polo político-socialista, en México no ha logrado casi nada.
Naturalmente alrededor del 8 de marzo se harán las cuentas, pero en estos momentos todas son regresivas. A la falta de seguridad para su integridad –los homicidios, las violaciones– se suman los discursos vacíos y las promesas de igualdad que no llegan.
Lo más grave es que continúa la escalada derechista para criminalizar el aborto. Ahora se trata de Tlaxcala, ahí desde donde se sabe que operan las bandas de trata de jovencitas que llegan a la ciudad de México a ser prostituidas. Ahí donde el lunar del atraso y la pobreza ofenden. Ahí se busca controlar el cuerpo de las mujeres.
Sabemos que no se ha reducido la cifra de homicidios en el marco del feminicidio como un sistema de exterminio callado y constante contra las mujeres. Y sabemos que las leyes son sólo de papel en un escenario de impunidad, no obstante, se harán las cuentas de los tímidos avances, de mujeres que logran puestos en los congresos, de otras que se organizan para demandar igualdad y muchas más que se mueven en un lamentable espejismo.
Formalmente, hace cien años que las mujeres organizadas han puesto en todas las esferas sus demandas. ¿Pero qué hacer frente a los horrores, como esos asesinatos de las jóvenes en Huimanguillo? y ¿qué significa que la procuraduría General de Justicia (PGJ) de Tabasco haya capturado a Álvaro Montejo, El Mara, responsable confeso de haber violado y asesinado a la joven estudiante de 18 años, Edith Balladares Ramírez, porque se negó a tener relaciones sexuales con él?
Es verdad, ella se negó y él la mató. No sabemos si al final, como sucede con frecuencia, el responsable, confeso, será liberado.
Eso sucede cien años después de que las mujeres se levantaron para pedir derechos políticos. El cuerpo de Edith Balladares, estudiante del Cecyte, apareció el pasado 22 de febrero en un lote baldío de la colonia Carrizal de Villahermosa, capital de Tabasco. Fue estrangulada por El Mara y violada inconsciente.
¿De qué se trata entonces la celebración? De levantarse y pedir que estos crímenes se detengan, urgentemente, tanto como las legislaciones que cercenan derechos adquiridos como el aborto legal; el derecho a votar y ser votada, siempre restringido; el derecho al trabajo, ahora una quimera; la urgencia de una buena vida, negada a las mujeres. No se trata de conmiseraciones ni de recordar la larga jornada que hacen día a día las mujeres, sino de pedir que cese la injusticia y la impunidad.
Es una versión pesimista para un centenario del Día Internacional de la Mujer, pero no podemos ocultar que las movilizaciones del 8 de marzo se han vuelto a teñir de ese rojo injusto, de corazones y vidas rotas.
En Tabasco, Lorena Sánchez Martínez, directora del Consejo de Derechos Humanos, informó secamente que en los últimos cinco años la prensa ha reportado el asesinato de más de 140 mujeres, 29 de esos casos registrados en 2008.
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