miércoles, 21 de enero de 2009

Mi feminismo

Por Luis Miguel Bernal. A una mujer que cambió mi vida y mi perspectiva, la Dra. Estela Serret Bravo. Profesora que admiro profundamente y le agradezco todo el aporte teórico y vivencial.

Me declaro feminista. Sin temor lo hago. Por ello escribo estas líneas, porque hablar de feminismo no es simple. Es una lucha que se ha dado, incluso, hace varios siglos, y su ideología se ha transformado y ha tenido grandes repercusiones sociales, políticas y económicas no sólo para las mujeres sino también para los hombres.

Y desde aquí comienza uno de los tabúes más fuertes que es el que quiero ir desarmando.

En muchas conversaciones, con muy diversas personas —hombres y mujeres—, es muy común toparse con la idea de que el machismo y la misoginia están mal, aunque, de entrada, se confundan los términos y no siempre se sabe todo el significado. Pero bueno, ya medio se sabe —en el mejor de los casos— que ninguno de los dos términos son del todo correctos —dije en el mejor de los casos porque tristemente se siguen viendo como correctos, usuales o únicos—.

Para irnos entendiendo, debo aclarar qué es cada cosa.

La misoginia, según Marina Castañeda, es “el desprecio hacia lo femenino, lo ‘mujeril’, hállese en hombres o en mujeres. [...] La misoginia no es privativa de los hombres, como tampoco lo es el machismo que se encuentra también en las mujeres y está relacionada con la devaluación social de lo femenino” (Castañeda; 2007:67).

El segundo concepto a esclarecer y retomando nuevamente a esta psicóloga mexicana es el machismo y este es el tratar de sostener “las definiciones tradicionales y polarizadas acerca de cómo deben ser los hombres y las mujeres” (Castañeda; 2007:67).

Ya entendiéndonos mejor puedo comenzar a aventar ideas. Por un lado, es indignante como un movimiento como el feminista, con tantos matices y voces se reduzca a unas cuantas frases y se intente acallar tanta historia.

De entrada, y muy, pero muy tontamente, se ve al feminismo como lo opuesto al machismo. Nada más falso que esto.

¿Por qué? Porque el feminismo, como idea principal, no pelea imponer a las mujeres e invertir las condiciones sociales de poder en las que ellas estén por encima y limitando a los hombres, por el contrario, el feminismo busca la equidad entre hombres y mujeres. Cosa que el machismo no hace. El machismo no es una teoría con repercusiones prácticas de investigación institucionalizada. El machismo es una práctica social absurda, desigual, ofensiva y limitante —por no decir ridícula y retrógrada—.
El feminismo, gracias a sus estudios y consistencia está incluyendo su perspectiva en políticas, economías, prácticas sociales e investigaciones gubernamentales. Miles de personas estudian desde universidades y postgrados de prestigio lo que nos habla de su gran impacto y evolución sustentada en teoría miltudisciplinaria.

Sin el feminismo no conoceríamos conceptos, por mencionar uno fundamental, el género —Simone de Bauvoir en su libro El segundo sexo—. Un concepto que cambió y demostró tantas y tantas ideas que justificaban que la opresión femenina era natural y no una —abusiva— construcción social en la que el poder se le da a los hombres. Al ser una construcción social nos dicta que no es igual en todas las sociedades, ni que de nacimiento ya sepamos cómo comportarnos, vestirnos, a quién amar y desear.

El sexo o las características sexuales, es si nacemos con pene y testículos o vagina —o en algunos casos intersexuales—, vaya, machos o hembras. Ya definido el sexo al nacer —o con el paso del tiempo en los casos de la intersexualidad— se educa con base a esa lectura del cuerpo. Ahí se otorga un género sobre esas diferencias biológicas sexuales.

El género, en palabras de la Dra. Estela Serret: “al hablar de género se pretende mostrar cómo las definiciones de lo que significa ser hombre o mujeres no dependen de las características sexuales de las personas sino de interpretaciones culturales sobre esas mismas [...] el género refiere el entramado de concepciones culturales montadas sobre esos cuerpos, que los convierten en hombres o mujeres” (Serret; 2004:34-35).

Se dictan normas sociales de comportamiento e ideología en las que el machismo y la misoginia son centrales para reforzarlas y crear poder. Hombres arriba, mujeres abajo. Hombres poco sensibles, proveedores, rudos, violentos y más sexuales. Mujeres calladas, sumisas, dedicadas sólo al hogar y a reproducir. Hombres y mujeres únicamente heterosexuales.

Nos construimos en hombres o mujeres, en masculinos o femeninos. Nacemos heterosexuales u homosexuales, construimos cómo lo vivimos. Sin el feminismo muchas desigualdades sociales seguirían hoy en día, por ejemplo: las mujeres no podrían votar ni ser votadas, no se podrían divorciar ni iniciar ningún proceso legal, no podrían trabajar libremente ni tener acceso a la educación en nivel superior, la discriminación estaría en niveles aún más desastrosos, no leeríamos a muchas mujeres, ni existiría aportaciones en sexualidad, cuerpo y libertad. No existirían programas en contra de la violencia, el acoso y las violaciones, ni siquiera tendríamos claros los niveles de violencia y sus diferentes tipos —económicos, físicos, psicológicos, sexuales y verbales, incluso el silencio—. No tendríamos una ley digna y por fin bien afianzada como la Ley del Aborto en el DF donde se ve por las mujeres y se evaden los moralismos, los prejuicios y la ignorancia.

Hoy las mujeres deciden sobre su sexualidad y su cuerpo, cuántos hijos e hijas tener, su futuro, sobre qué estudiar, dónde vivir, dónde trabajar, a quién amar, cómo vestir, cómo pensar, son independientes emocional y económicamente.

Pero el feminismo no sólo es para y por mujeres. Muchos hombres apoyamos este movimiento de equidad. Un movimiento que ataca la homofobia, porque del feminismo nació y se alimentó el movimiento de liberación LGBT desde los años ’60. El feminismo trabaja y plantea la discriminación, los estereotipos de hombres rudos, que no lloran, que ocultan lo que sienten, violentos de “nacimiento”, hombres con sexualidades reprimidas o limitadas, hombres poco emocional, ridículamente toscos, únicamente protectores y proveedores, aplastadores de ideas. Esto también nos limita. Demostrar la “hombría eternamente”, evitar demostrar afecto, vivir contenido.

Es cierto, no todas y todos le entran a esta dinámica, pero las ideas y las acciones se han abierto demasiado y muchos paradigmas del pasado se van rompiendo día a día. Con cada mujer que se adueña de su cuerpo, su sexualidad y su placer. Con cada mujer que defiende su ideología y rompe el silencio. Con cada hombre que no pisotea, impone y golpea sino que habla y negocia. Con cada hombre y mujer que reflexionan. Con cada acto cotidiano, con cada palabra escrita y leída, con cada congreso... con cada pensamiento libre.

Por ello el feminismo no es lo opuesto al machismo, no es la hegemonía femenina. El feminismo es libertad y equidad que va en contra del machismo que crea desigualdad, inequidad, limitaciones y violencia.

Infórmate más y prejuicia menos. Te dejo algunas muy buenas recomendaciones no sólo para investigadoras(es) sino para todo(a) aquel/aquella que quiera abrirse contra la represión desde la cotidianeidad.

CACHO, Lydia (2007): Esta boca es mía (y tuya también). Planeta, México, 218pp. CASTAÑEDA, Marina (2007): El machismo invisible regresa. Taurus, México, 382 pp.
SERRET Bravo, Estela (2006): Discriminación de género. Las inconsecuencias de la democracia. CONAPRED, México, 59 pp. Colección: Cuadernos de la Igualdad, No. 6.
————— (2004): Género y democracia. IFE, México. Colección: Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, No. 23.
————— (2002): Identidad femenina y proyecto ético. PUEG, UAM-A, México, 301pp.

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